PERMANEZCAN VIGILANTES
La Iglesia en estos días en que termina el año litúrgico nos invita a contemplar el final de los tiempos y la realización definitiva del plan de Dios en la historia: Cuando Cristo recoja la plenitud de los frutos de su encarnación, muerte y resurrección y los frutos de la acción del Espíritu Santo en la historia, en la Iglesia y en el mundo.
Las lecturas que proclamamos hoy del profeta Daniel y del evangelio de Marcos, presentan ese acontecimiento final precedido y rodeado de grandes dificultades, al igual que otros textos de la literatura apocalíptica que se expresan como el triunfo del plan divino en medio de terremotos, guerras, persecuciones, epidemias, hambre, cataclismos y signos en el sol, la luna y las estrellas.
Cuando contemplamos las condiciones humanas y planetarias que estamos viviendo en estos tiempos y de las que hemos estado hablando tantas veces, como son el calentamiento global y el cambio climático, con todas sus trágicas consecuencias, y en medio de todo eso las nuevas epidemias y pandemias que han surgido en las últimas décadas, desde el SIDA hasta el Coronavirus o COVID 19 y las que se anuncian para estos años próximos que se perfilan más agresivas que las anteriores, y todo esto acompañado de la absurda carrera armamentista y de las guerras y barbaries que están escalando en todos los rincones de la tierra, a lo que tenemos que añadir el alto índice en el crecimiento de las enfermedades psiquiátricas, sicológicas y afectivas: Depresión, bipolaridad, ansiedad, trastornos obsesivo compulsivos, estrés, falta de identidad sexual y personal, tendencia al suicidio y la depravación de las conductas sociales: narcotráfico, trata de blancas, prostitución infantil, masacres sistemáticas, torturas, abortos indiscriminados, campos de concentración y trabajos forzados.
El panorama que se contempla y el futuro que se vislumbra es realmente ‘apocalíptico’.
Pero, aunque parezca extraño, todos los textos bíblicos que hablan del final de los tiempos, en medio de estas grandes dificultades, y todo el Apocalipsis, son revelaciones llenas de consuelo y esperanza; profundamente alentadoras; y nosotros, al enumerar esta magnitud de problemas que vive actualmente la humanidad, no lo hacemos para generar desesperanza; por el contrario; conforme al dicho popular, creemos que: “Mientras más bravo es el toro, mejor es la corrida”,
El texto del Evangelio que escuchamos hace un momento y que comienza diciendo: “después de la angustia…” o sea, después de las dificultades y persecuciones que atraviesan los discípulos para configurarse como familia de Cristo en medio de una generación codiciosa y egoísta, tiene como clímax la expresión “Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y gloria; enviará a los ángeles y reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo”; este texto nos muestra que la angustia, las calamidades, las persecuciones y el caos son pasajeros, que lo definitivo es que el Señor conseguirá entre nosotros la comunión universal, la fraternidad de todos los que en el mundo nos acogemos a su voluntad y que ese vínculo que comenzamos en la tierra se prolongará definitivamente en el cielo, en la vida eterna. En eso consiste la Parusía, el horizonte que debe guiar nuestro camino por la vida y las decisiones que tomemos a diario. Por eso se nos invita a estar vigilantes; a discernir en cada momento la voluntad de Dios. Si tenemos clara la meta, podemos tener claro el camino. La muerte es un momento ineludible; tarde que temprano vamos a morir. Pero la muerte no es la meta; la meta es la vida; y no podemos permitir que el miedo a la muerte, al dolor, a la soledad, a la carestía, a la seguridad, nos trastoquen el irrevocable servicio a la vida. La Parusía es lo que nos permite enfocar la fe y la esperanza, y con ello, las expresiones diarias de amor y servicio fraterno.
Metámonos en la cabeza, con claridad y firmeza, que es un bien que se acabe este mundo plagado de mentira, de codicia, de injusticias y de maldad, generador de tantos y tan diversos sufrimientos, para que renazca de sus cenizas otro mundo, otro cielo nuevo y nueva tierra donde florezca la justicia, la verdad, la libertad, la transparencia del corazón.
No le tengamos miedo, entonces, al fin de este mundo; por el contrario, provoquémoslo y la mejor manera de hacerlo es aprendiendo a ser libres y fraternos; no sigamos el juego a las campañas consumistas del mercado, cambiemos los hábitos alimenticios por otros más saludables y económicos, despreciemos las necesidades creadas de vestirnos a la moda, usemos transportes que no impliquen el uso de combustibles dañinos al ambiente, usemos energías alternativas, preocupémonos por las víctimas de los desastres naturales o de las violencias humanas, ahorremos agua, compartamos nuestros conocimientos y nuestros bienes con los más necesitados, favoreciendo a los excluidos, promovamos creativamente y participemos activamente en la medida de nuestras capacidades en las iniciativas y acciones comunitarias en favor del cambio económico, político y social que favorezca la justicia social y la recuperación del planeta, y también, defendamos a los injustamente condenados y denunciemos, con firmeza y respeto, todo aquello que maltrata la existencia, que humilla a los sencillos, que ultraja la dignidad humana. Esta actitud nos generará enemigos; bienvenidos sean. Así, nuestra vida y nuestra muerte, se configurarán a la de Cristo y estaremos de pie con él en el feliz encuentro de la Parusía.
Una recomendación para todos: Si queremos una transformación radical de la sociedad y del mundo, comencemos por nosotros mismos. Cambiemos el corazón. Los invitamos a leer la última encíclica del Papa Francisco: “Dilexit nos” sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo; está llena de luz, de consuelo y esperanza, para fortalecernos en este tiempo de tanta oscuridad y para ayudarnos a permanecer vigilantes al paso del Señor por la historia y a su definitiva manifestación en la Parusía.
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